Hace ya muchos años que los medios de comunicación masivos, en el mundo occidental cuando menos, fueron acertadamente calificados como el “cuarto poder”. Aquel que nos entretiene, que nos ayuda a evadirnos de los problemas diarios, aquel que nos informa de lo que ocurre en cualquier rincón del mundo. Pero también quien, en gran medida, hoy trabaja para las élites políticas y económicas que definen nuestras sociedades y el modelo dominante; esos medios que nos manipulan y que nos empujan a pensar y actuar de una determinada forma (construyen hegemonía) al ocultarnos o tergiversarnos la realidad.
Esto lo hemos visto, por ejemplo, en los últimos tiempos cuando nos hablaban de la crisis y la caracterizaban como solo económica mientras nos ocultaban que ésta no era puntual, sino estructural a ese sistema dominante, que esconde por lo tanto también una profunda crisis política, medioambiental, de valores, ideológica. Pero, lo podemos también percibir cuando hoy leemos o escuchamos desde el altavoz que son estos medios masivos que la recesión ha acabado y entramos de nuevo en las sendas del crecimiento. Mientras esto ocurre se ocultan o minimizan los millones de personas empobrecidas por la crisis, aquellos que con trabajos precarios y temporales ni tan siquiera pueden llegar a fin de mes, o los millones de hombres y mujeres que tienen de emigrar para encontrar un futuro que no hay en sus países.
Así y aunque los medios de comunicación deberían de ser herramienta fundamental para la democratización de nuestras sociedades, para propiciar y expandir el ejercicio verdadero de todos los derechos para todas las personas, en demasiadas ocasiones se constituyen en instrumentos del pensamiento único, para el consumismo y el individualismo y para el fortalecimiento de estereotipos machistas, clasistas y racistas. Os acordáis cuando hace unos años empezaron los reality shows, tipo “Gran Hermano” y la polémica que hubo en nuestras sociedades sobre la ética de este tipo de programas. Pues bien, hoy esas reflexiones desaparecieron; fue fácil, nos inundaron con reality shows y hoy asumimos que esto es normal.
Más ejemplos. Cuando la mayoría de los medios masivos se ponen de acuerdo, respondiendo a los intereses políticos y económicos que les dominan y marcan sus líneas editoriales, conocemos automáticamente en una guerra quienes son los buenos y quienes los malos. Sabemos que los gobiernos sirio o iraní son malos y hay que acabar con ellos, pero en paralelo se nos dice que el israelí o el saudí, como aliados de las democracias occidentales y pese a su fundamentalismo extremo, son buenos y se les permite la violación sistemática de los derechos humanos. Deciden también los medios masivos, en esta misma línea, cuando un tema es actualidad y cuando no lo es, cuando debe de generar enfado y movilización o cuando indiferencia y pasividad. Y ahí está, es un hecho, todo lo referente al escandaloso e inhumano trato a las personas refugiadas en las puertas de Europa, que hace casi dos años ocupaban todas las portadas y hoy desaparecieron de las mismas, aunque su situación se haya agravado aún más. Pero también nos convencen con ideas como que prácticamente todo el islam es fundamentalismo y casi terrorismo, por lo tanto hay que combatirle a cualquier precio y por todos los medios posibles. Sin embargo, las violencias machistas que en nuestros países diariamente se traducen en maltratos sistemáticos y asesinatos de mujeres en demasiadas ocasiones nos las presentan poco menos que como males menores de nuestra sociedad con los que hay que convivir con cierta resignación y alguna concentración de silencio institucional de vez en cuando.
Pues bien, a pesar de toda esta realidad hasta aquí apuntada hay que subrayar la existencia de otras opciones que trabajan por dar la vuelta a esta forma de entender y usar la comunicación. Así, se constata ya que el dominio de los medios masivos no tiene porqué ser absoluto y unívoco. Por el contrario, en el mundo, desde nuestro pequeño país hasta el más alejado y olvidado en África o América Latina, hoy se trabaja y se construye comunicación alternativa. Miles de medios alternativos y organizaciones sociales de todo tipo: vecinales, feministas, indígenas, ecologistas, campesinas, barriales… hoy están emitiendo en las ondas, publicando en redes sociales, realizando contrapublicidad, creando y difundiendo video social, impulsando el software libre, escribiendo en periódicos propios o incluso haciendo programas de televisión que visibilizan sus realidades, sus expectativas de vida, su riqueza cultural, sus demandas para una sociedad más justa y verdaderamente democrática.
Así, partiendo de la realidad de vivir en sociedades en procesos de des-democratización y donde los medios masivos actúan a partir de una mirada hegemónica y cada vez más homogenizante, la comunicación popular y social se constituye en alternativa necesaria. Desde ésta última se pretende aportar a la construcción de miradas heterogéneas, diversas, despatriarcalizadoras, no serviles a las élites dominantes, además de verdaderamente democratizadoras de nuestras sociedades. Este tipo de comunicación se entiende así misma como parte activa de los procesos sociales, políticos y populares, y como instrumento para fortalecer su soberanía y diversidad, además de aportar su fuerza generadora de conciencia, reflexión y crítica a dichos procesos.
Por ejemplo, en América Latina los procesos de comunicación popular han sido un elemento imprescindible, entre otros, para denunciar los abusos del neoliberalismo y la actuación de las transnacionales, así como las violaciones de los derechos humanos, pero también para fortalecer la discusión política en torno a la construcción de alternativas posibles post-neoliberales. Se ponen así sobre la mesa cuestiones nuevas como que la descolonización y despatriarcalización del pensamiento y de la acción política son imprescindibles para la lucha contra el racismo, el clasismo y el machismo. Y se visibilizará de esta forma la existencia de otros saberes, tomando conciencia de ello, en detrimento del dominio absoluto del que pretende ser pensamiento único, el occidental. Muchas iniciativas de comunicación, locales e independientes, están rescatando y poniendo en valor otras visiones posibles del mundo y de quienes lo habitamos, así como otras formas de vivir en el siglo XXI, en un constante ejercicio de búsqueda de alternativas y resistencias al injusto modelo dominante.
Radios libres, video social, hacktivismo, movimiento procomún, software libre televisiones propias, determinada prensa, redes sociales… son las herramientas de las que los movimientos sociales hoy se dotan para extender ideas nuevas, para ampliar reflexión y propuestas. Por todo ello, la comunicación alternativa hoy es una herramienta estratégica que usan las personas, los movimientos y las organizaciones sociales para, con todos sus medios materiales, técnicos, reflexivos y simbólicos, ir haciendo ese camino necesario y posible. Camino que permita pensar y repensar, accionar y analizar, definir y redefinir para que otros no lo hagan por nosotros y nosotras, para que seamos los protagonistas diversos de nuestro presente y futuro, alejados de la manipulación y del intento continuo de la mayoría de los medios de comunicación masivos por extender y fortalecer el pensamiento único. En suma, Komunikatuz eraldatu-transformar comunicando, bonito trabajo, hermoso reto.