El feminismo, además de las mujeres, imprescindible para transitar hacia un modelo universitario transformador.
Como se planteaba en 2011 desde el grupo de feminismos del 15M, la revolución será feminista o no será. Una afirmación que deberíamos aplicar a cualquier espacio o proceso que pretendemos que sea transformador, como lo es la reflexión ante la que nos encontramos. Un modelo universitario no puede ser transformador si no es feminista.
Después de años avanzando en la construcción y aplicación de normativas y propuestas a favor de la igualdad encontramos que muchos han sido los avances en el ámbito universitario, principalmente gracias a los movimientos feministas y a los esfuerzos de académicas feministas. Sin embargo, en algunos casos se han realizado más acciones de maquillaje que un cuestionamiento real de las estructuras de poder que generan y reproducen la desigualdad de género. Por ello, apostamos por incorporar a este trabajo propuestas feministas, que refuercen su carácter transformador. Entendiendo el feminismo como herramienta clave para el análisis, el cuestionamiento y la construcción de propuestas.
En las últimas décadas la incorporación de las mujeres a la universidad ha sido imparable. En 1910 se permitió legalmente a las mujeres matricularse en las universidades españolas y desde entonces su presencia se ha ido incrementando hasta convertirse en el 54% del alumnado universitario en 2010 (Secretaría General de Universidades, 2013). Pero estos datos se invierten cuando revisamos otros grupos académicos, generándose el fenómeno tijera, por el que las mujeres pasan a ser un 40% del profesorado, un 20% de las cátedras y un 2% de las directoras de universidades públicas (Secretaría de Estado de Igualdad. Madrid, 2010).
Estos avances han sido logrados en gran medida por las luchas de colectivos de mujeres y feministas, educativos y sociales de diversa índole, que se han materializado en exigencias específicas para la universidad. Algunas de ellas son las recogidas en la Ley 1/2004, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, y en la Ley 3/2007 para la Igualdad efectiva de Mujeres y Hombres.
Pero este contexto de avance formal de la igualdad sigue chocando con un contexto social de brechas de desigualdad. Además de la infra representación de las mujeres en las direcciones universitarias y en los equipos de investigación y doctorados, los contenidos de los grados tienen una clara ausencia de perspectiva de género, hay un escaso reconocimiento de los aportes desde los estudios feministas, y los estereotipos se reproducen no sólo en contenidos, sino también en las prácticas y metodologías que se utilizan.
Estamos convencidas de que la universidad es un espacio de generación de conciencia crítica y clave para la construcción de conocimiento transformador. Así pues, apostamos por seguir exigiendo y aplicando medidas transversales y específicas para incorporar la perspectiva de género desde este enfoque feminista en la universidad.
Una estrategia de mainstreaming implicaría incorporar la perspectiva de género de manera transversal en todos los grados y con asignaturas específicas, así como en los procesos de adaptación pedagógica, y establecer como requisito imprescindible al profesorado formaciones específicas. También debería asegurar procesos de selección igualitarios para todos los cargos y responsabilidades universitarias, y una participación y representación equitativas en las distintas estructuras universitarias. Promovería metodologías participativas y con enfoque de género que rompan con estructuras jerárquicas y que cambien las prácticas cotidianas de aprendizaje e investigación. Superaría una noción hegemónica del conocimiento como algo serio, vinculado a los libros y lo que enseñan los docentes, sumando elementos de participación, emoción, relación y corporalidad. Vincularía el enfoque feminista necesariamente con otros enfoques complementarios, como el de Derechos Humanos. Implementaría una política de comunicación con equidad de género en los contenidos, pero también en las imágenes y lenguajes. Conectaría la universidad con el activismo, con procesos de cambio social, promoviendo un enfoque de investigación para la acción, en alianza con movimientos feministas, organizaciones sociales y de Derechos Humanos. Y fomentaría la propia organización del alumnado y otros agentes universitarios desde el marco universitario.
En cuanto a una estrategia de acciones específicas, un modelo universitario feminista pasa por un posicionamiento y un compromiso públicos a favor de la igualdad, concretados en compromisos, transformadores y medibles, a través de herramientas como los Planes de Igualdad. Implica también dotarse de recursos y estructuras propias para la igualdad, principalmente de las personas y del presupuesto necesario para la aplicación y seguimiento de compromisos. Retomando la Ley de Igualdad, obliga a las Administraciones Públicas a promover la creación de Unidades de Igualdad en todas las universidades, así cómo posgrados específicos, estudios e investigaciones especializadas en la materia. Todo ello unido a idear y aplicar otras medidas de acción positiva, sin perjuicio de aquellas más continuas y a largo plazo.
Es mucho lo que nos queda por caminar en esta transición hacia un modelo de universidad transformador y por lo tanto feminista, pero recordemos a aquellas mujeres que tuvieron que vestirse de hombres para poder entrar en la universidad hace no tanto tiempo. Sigamos denunciando, proponiendo y exigiendo aquellos cambios que promuevan que la universidad se convierta en un actor clave en la generación de conciencia crítica y aportes hacia un cambio social feminista.
María Viadero Acha, Mugarik Gabe