Estuve invitado, y eso fue un gran honor, a participar en la III Cumbre de Comunicación Indígena, realizada en Bolivia entre los pasados 15 y 19 de noviembre. Más concretamente, en el panel motivador que llevaba por título “Alternativas desde los pueblos, caminos concretos para fortalecer resistencias y autonomías desde la comunicación indígena”. No creo que este hecho me otorgue una especial legitimidad para intentar hacer un aporte a las, en gran medida, tristes circunstancias en las que transcurrió dicha Cumbre. La más clara, la evidencia de una fisura abierta, en lo político, estratégico e incluso humano entre diferentes organizaciones participantes. Triste subrayo, pues esas circunstancias ocasionarán cierta debilidad por un tiempo más o menos largo a los procesos de comunicación indígena en la práctica totalidad de Abya Yala; pero también a los procesos globales de demanda y ejercicio de todos los derechos que corresponden a los pueblos del mismo territorio continental, así como de forma concreta al específico proceso de transformaciones boliviano. Estemos de acuerdo o en profundo desacuerdo con los derroteros de todos estos procesos, creo que si podremos coincidir en que lo acontecido en la Cumbre los debilita de una u otra forma.
Pues bien, repito que no considero esa legitimidad como adscrita automáticamente al hecho de haber sido parte de esta gran reunión de procesos comunicacionales indígenas (más de 1700 participantes de 23 países). Pero si creo por el contrario que dicha participación, y la derivada del amplio proceso preparatorio de los dos últimos años, otorga un posible derecho y validez al aporte que ahora se pretende hacer. Por lo menos esta es la intención.
Seamos claros y honestos. Como en toda fase, circunstancia o momento político, no todo es blanco ni todo es negro; al contrario, la gama de grises es enorme y suele ser la dominante en toda interpretación del hecho político. En los días posteriores al final de la III Cumbre se han sucedido los artículos, pronunciamientos o simples comentarios, tanto en la prensa boliviana como, de forma especial, en las redes sociales. En la primera con una intencionalidad dominante como es el hecho de desgastar al gobierno de ese país. Respecto a las segundas, con el objetivo de sembrar dudas de todo tipo sobre la propia Cumbre. Y para ello se utiliza de forma masiva las redes sociales. Esas redes que cada día nos son de mayor utilidad para la comunicación y la denuncia, pero que posiblemente no son tan válidas para la construcción de propuestas y alternativas y mucho menos para la discusión y argumentación serena. Redes que además cada vez en más ocasiones usamos de forma exclusiva como armas arrojadizas contra el oponente (con quien a veces confundimos al hermano o hermana) y que idealizamos como corrientes de opinión para avalar nuestros postulados con el contraste que nos ofrecen los/as amigos/as que responden a lo que exteriorizamos a través de las mismas.
Así, hoy se leen textos diversos sobre la Cumbre. La mayoría sin intención argumentativa y analítica para identificar errores y aciertos y fortalecer así los procesos comunicacionales y políticos, sino para la confrontación en una suerte de relato y acumulación de agravios, de pura descalificación, que pretenden principalmente reforzar nuestra posición previa. Es decir, eliminando prematuramente la posibilidad de ser convencidos o de, simplemente, revisar y cuestionar nuestros postulados de partida al leer al que no piensa igual. No haría falta subrayar ahora que flaco favor hacemos así a la construcción del relato, a la reflexión y al acuerdo necesario para avanzar hacia la necesaria unidad desde la diversidad. Al fin y al cabo enemigos ya tenemos, unidos y fuertes, como para estar creándonos entre nosotros mismos nuevos; lo que no hace sino debilitar nuestras apuestas y luchas, a favor del sistema y poderes dominantes.
En la III Cumbre unos argumentaron que había excesiva presencia del gobierno y que eso suponía una manipulación y apropiación de la misma, en detrimento de la autonomía de los pueblos; otros, por el contrario, arguyeron la caracterización especial del proceso boliviano como al servicio de las organizaciones sociales y bajo su protagonismo, acusando a los primeros de no respetar dicho proceso y querer dar la vuelta a la cumbre convirtiéndola poco menos que en un acto antigobierno popular. No pretendo ponerme en el justo medio, pues eso es harto difícil, pero sí parece necesario abstraerse un poco de algunas de estas situaciones y darlas la justa importancia en la discusión política. Posiblemente ambas tienen una parte importante de razón y parten de planteamientos políticos razonables y seguramente también ambas esconden, en el entre líneas, razones menos grandes y más mezquinas como la búsqueda de liderazgos políticos, el dominio absoluto del discurso propio e incluso la ambición personal. Y a ello se deben de sumar sorderas que se dieron, como también malentendidos que no hacían sino aumentar la brecha que se fue abriendo en esos días y que concluye, en su primera fase, como hemos podido leer y releer en las comunicaciones de las redes sociales. Todo ello es grave, pero estemos tranquilos; esto desgraciadamente no es exclusivo de este hecho político que fue la Cumbre, sino una característica de todo proceso de lucha que en algún momento del mismo surge y que es vital vencer para poder seguir adelante.
Sin embargo, la verdad es que, si así podemos y queremos reconocerlo en un ejercicio de autocrítica, ni unos fueron tan oficialistas y manipuladores, ni otros eran tan autonomistas y poseían la verdad única respecto al auténtico proceso de los pueblos. La verdad, afortunadamente, de una parte sigue residiendo en los elementos de coincidencia entre unos y otros (aunque hoy no se quieran ver); en la otra parte en el incansable diálogo y consenso que los pueblos indígenas siempre han buscado hasta el agotamiento. Y como esta Cumbre tenía por objetivo avanzar en la descolonización y despatriarcalización reconozcamos los hombres (autocrítica necesaria) que una dosis importante de “macho”, de machismo, también ha habido y que el modo de resolución de conflictos de las compañeras (más tendente a eso, a la resolución del conflicto y no a su profundización), si hubiera tenido mayor protagonismo, seguramente habría aportado valores y posibilidades de consenso muy importantes.
En suma, el título de este pequeño escrito (pero grande en intencionalidad) es el llamamiento a la reflexión y al reconocimiento del otro, de la organización que estaba enfrente, de que estaba poniendo lo imposible por fortalecer los procesos de comunicación propia en el continente y que quizás no se quiso así entender. Esto no puede darse ahora, imposible pues hay demasiado resquemor y pseudoanálisis. Pero es un proceso necesario en el medio y largo tiempo; cuando el poso se enfrié y revisemos, una vez más, los objetivos y luchas que nos unen y la abundancia de enemigos y bloqueos que el sistema dominante nos coloca día tras día en su afán dominador. El continente, Abya Yala, nuevamente se ve rodeado, casi acorralado, por ese sistema y, esta vez, viene con ganas de venganza. Los pueblos indígenas, cada uno en la coyuntura de su territorio y estado-nación han avanzado enormemente en las últimas décadas, pero lo han hecho desde el reconocimiento de que la diversidad de luchas y coyunturas es enorme y dificulta el camino, pero también que esa misma diversidad es un valor para la consecución del objetivo de liberación y autodeterminación.
Reitero lo señalado al principio del texto, posiblemente se niegue la legitimidad al mismo, pero éste no pretende ser una lección para nadie. Parte del respeto absoluto a la soberanía de todas las organizaciones y pueblos y solo quiere, desde el compromiso solidario y político, ser un llamado a la reflexión necesaria para fortalecer los procesos particulares (comunicacionales) y los globales (políticos y sociales) de los pueblos indígenas de Abya Yala.
Jesus González Pazos. Mugarik Gabe. 2016/12/01