En los tiempos que corren es posible ver en la crisis una oportunidad para aprender a consumir mejor. Los gobiernos nos invitan a consumir más y más como única vía para salir de esta situación de crisis y mantener así este modelo económico capitalista a todas luces insostenible que genera pobreza y exclusión.
Para nosotras consumir de otra manera es posible y necesario. Y sobre todo, consumir mejor supone una mejora de vida para las personas, para los pueblos y para el planeta.
Para ello, contaremos con la participación de Montserrat Peiron, integrante del CRIC (Centro de Investigación e Información en Consumo), ahora mismo una de las referencias más importantes en este tema.
Para las personas que no conozcan, el CRIC es una asociación pequeña de Barcelona, que, por cierto, edita una revista muy interesante y práctica, sobre consumo consciente y responsable, que se llama Opcions, que puede consultarse a través de su web (www.opcions.org).
¿Como surge esta iniciativa?
Como decías, esta charla surge en el marco del proyecto Zentzuz Kontsumitu, que estamos desarrollando desde cuatro ongds: Mugarik Gabe, Setem Hego Haizea y Fundación Paz y Solidaridad, y Medicus Mundi. Es un proyecto que nace en el año 2006, a partir de una reflexión sobre nuestro consumo y sus impactos sociales y medioambientales.
Desde esta iniciativa promovemos el consumo consciente y responsable, el comercio justo y la soberanía alimentaria. A través de él se pretende abrir espacios para la reflexión sobre nuestros hábitos de compra y consumo y su impacto medioambiental y social. En este sentido, estamos trabajando para dotar a las organizaciones y a la ciudadanía, de herramientas prácticas y cercanas. Apostamos por un cambio de hábitos en el consumo basado en el replanteamiento de necesidades y alternativas concretas. Pretendemos dar referentes fundamentales para que las personas consumidoras hagan su ejercicio de crítica y sean parte activa de la construcción de esta nueva cultura de Consumo Consciente, que nos permitirá vivir mejorando la calidad de vida de todas las personas, tanto en el Norte como en el Sur.
Entendemos que nuestros hábitos de consumos son votos diarios y como personas consumidoras somos poderosas y tenemos que ejercer ese poder. Nuestro consumo es poder. Y consumiendo de otra manera podemos construir otro modelo de sociedad.
Hemos iniciado un proceso educativo con diferentes organizaciones e instituciones gasteiztarras (fundamentalmente, asociaciones de consumidores y consumidoras, ONGD´s, sindicatos, asociaciones de personas productoras locales, centros educativos,etc.), como generadores de consciencia social que posibilitará la acción para la transformación.
¿Qué es el consumo consciente y responsable?
El consumo es la manera en la que satisfacemos nuestros deseos y necesidades. Consumir es usar, utilizar, gastar y desgastar. El consumo se puede hacer a través de una compra o la contración de un servicio. El consumo en sí mismo no tiene una connotación positiva o negativa. Lo que sí es negativo es nuestra manera de consumir.
Cuando el consumo es desmedido, irracional, más allá de las necesidades, sin límites, que reporta placer en el hecho de adquirir cosas, influido por factores externos como la publicidad o las modas, se cae en el consumismo o en un consumo consumista.
Cuando las personas nos cuestionamos las propias necesidades y tratamos de buscar la mejor manera de satisafacerlas teniendo en cuenta tanto la situación personal como el impacto social y medioambiental de nuestro consumo, entonces hablamos de un consumo consciente y responsable.
El consumo consciente y responsable implica el cuestionamiento de las propias actitudes y hábitos de consumo. Conlleva buscar información, contrastarla, reflexionar y hacer opciones. Por pequeña que parezca, nuestra incidencia es importante e influye en nuestro entorno inmediato y también lejano.
¿Por qué es importante cambiar nuestra manera de consumir?
Actualmente el modelo de desarrollo “impuesto” de los países del Norte es el responsable de lo que conocemos como la “sociedad de consumo”. El sistema económico actual fomenta el gasto permanente. Los gobiernos nos incitan a consumir de manera permanente porque el sistema se basa en eso mismo. Y ahora, en tiempos de crisis financiera, nos lo recuerdan mucho más a menudo. Nos dicen que, si queremos salir de la crisis, tenemos que consumir más. Tenemos que consumir para que las empresas puedan producir y no se vean obligadas (entre comillas) a tener que despedir a gente. Y digo entre comillas, porque sabemos que la crisis se está convirtiendo en una excusa perfecta para las empresas.
Lo cierto es que lo han hecho muy bien porque nos han hecho creer que este es el único sistema posible y que todo tiene que funcionar así. De hecho eso es casi lo único que hacemos. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos no dejamos de consumir. Ya no hacemos nada sin gastar. Ya no somos ciudadanas y ciudadanos, sólo somos personas que compramos cosas y, por tanto, valemos en función de nuestro poder adquisitivo.
Lo que se olvidan de contarnos, y sobre todo tratan de ocultarnos, es que nuestros hábitos de consumo generan pobreza y destruyen el planeta. Nuestros actos cotidianos que, algunas veces, nos parecen insignificantes influyen sobre los derechos humanos y el medioambiente. Aunque no seamos conscientes, nuestra manera de consumir impulsa un sistema injusto. El consumo creciente está vinculado a condiciones de explotación laboral y impacto negativo a nivel medioambiental.
Nuestras formas de consumo van variando y quizás como personas consumidoras no somos conscientes de que con nuestra compra favorecemos un determinado modelo de sociedad. Así es, nuestra forma de comprar es la herramienta más poderosa para impulsar una trasformación en los valores, en la economía y en la política.
¿Qué podemos hacer para cambiar nuestra manera de consumir?
Comenzar a consumir de manera consciente y responsable empieza por hacernos preguntas. Pregúntarnos, por ejemplo, de dónde vienen las cosas que compramos, a dónde van cuando las tiramos, a qué multinacionales les estamos dando nuestro dinero, cuál es la vida que tienen las personas que han producido lo que comemos o lo que llevamos puesto, etc. Hacerse preguntas es un buen ejercicio. Tenemos que observar nuestro consumo cada día. Y para eso tenemos que dedicar tiempo a buscar información. Esto nos ayudará a acceder a esas respuestas que la publicidad hace invisibles.
Hay que convencerse que disponer de más bienes y servicios no es sinónimo de calidad de vida. Tenemos que liberarnos de ese consumismo que nos hace infelices, porque nunca tenemos todo lo que la publicidad dice que necesitamos. Consumir menos es vivir mejor, y descubrir eso tiene que liberarnos. Replantearnos nuestro consumo nos puede ayudar desde el terreno práctico a descubrir opciones de vida diferentes; a crear un ideal propio de la “buena vida” más allá del que nos viene dado por la cultura del consumo. Por otra parte nos puede ayudar a transformar nuestras sociedades y construir “otros mundos posibles”.
Podemos empezar por modificar pequeños hábitos. Por poner un ejemplo, podemos empezar por nuestra alimentación.
En las últimas décadas se está produciendo una gran concentración de poder en pocas distribuidoras comerciales; grandes superficies: supermercados e hipermercados. Gracias a este modelo de compra “fácil, rápida y concentrada en el mismo lugar” ha cambiado el dónde, el cómo y el qué consumimos. Estas empresas pueden imponer condiciones de bajos precios a las personas productoras, transformación de la agricultura familiar, de pequeña escala, en cultivos extensivos con utilización masiva de abonos y fertilizantes. Lo que genera graves consecuencias, en las personas productoras, en el comercio local, en el medio ambiente, en las condiciones laborales y en el modelo de consumo.
Se ha generalizado una lógica de consumo de productos cuanto más barato mejor, vengan de donde vengan y sin mirar cómo se producen. Cada vez que vamos a hacer la compra encontramos más alimentos frescos procedentes del otro lado del mundo, en un país como el nuestro, rico en frutas y hortalizas.
Las grandes cadenas promueven una agricultura y una producción deslocalizada para conseguir productos tan baratos como sea posible, quebrantando los derechos ambientales y laborales de quienes los producen, para luego venderlos tan caros como puedan. De modo que consumimos alimentos «viajeros» que recorren miles de kilómetros antes de llegar a nuestras mesas. Esta comercialización a gran escala hace que los productos tengan que ser estandarizados, duraderos, fáciles de transportar y que se produzcan de forma masiva. Esto tiene consecuencias negativas sobre la agricultura, nuestra salud y el medio ambiente.
Las compras masivas generan más excedentes que se desechan. Hoy tiramos mucha comida (entre un 10% y un 40% de la que se produce, según la FAO), este dato, cuando hablamos del aumento del hambre en el mundo, nos debería hacer pensar.
Consumir productos de la economía local ayuda a construir un modelo económico y social diferente, en el que buena parte de la población (personas productoras, comerciantes, consumidoras) no dependen de unos pocos actores con mucho poder, y por tanto, nos acerca a una sociedad más equitativa.
Con la compra local apoyamos a productores y productoras de nuestro entorno, fortalecemos la economía de la zona, reducimos la utilización de embalajes y los tratamientos de conservación y consumimos productos más frescos.
Comprar es un acto consciente, a través del cual podemos mostrar nuestras ideas. Sí lo hacemos cerca de casa daremos vitalidad a los barrios y facilitaremos la creación de relaciones humanas, además de evitar monopolios, apoyar a un modo de producción sostenible y reducir el impacto ambiental derivado del transporte de productos.
Para una vida más agradable y humana podemos elegir circuitos cortos de producción y comercialización de muchos productos.
Otro ejemplo, relacionado con la alimentación: las bolsas de plástico.
La tradicional costumbre de ir a la compra con una cesta o una bolsa de tela, tan respetuosa con el medio ambiente, a dado paso al uso indiscriminado de bolsas plásticas, que tardan cientos de años en degradarse. Son derivadas del petróleo, no biodegradables, y son, con toda probabilidad, el objeto de usar y tirar que más se consume. Una gran superficie puede dispensar a sus clientes unos 70 millones de bolsas de plástico cada mes.
Se calcula que fabricar una bolsa plástica toma un segundo, que el tiempo de utilización son 20 minutos y el tiempo de descomposición supera los 400 años.
En las grandes superficies y autoservicios las consideraciones de higiene, rapidez y eliminación de personal incrementan el envasado, incluso de los productos frescos, en bandejas de porexpan, o en bolsas donde el cliente mismo pone cada fruta o verdura y pega una etiqueta con el precio.
Los envasados proporcionan comodidad en el momento de comprar, pero en contrapartida tienen otros inconvenientes: limita nuestra elección con respecto a la cantidad y la calidad de lo que queremos comprar y nos obliga a acumular envases en casa o a tirarlos, originando un problema muy serio: la gestión de un volumen enorme y creciente de residuos.
Recordemos que el simple gesto de escoger un tipo de envase ante una estantería puede definir nuestra actitud de colaboración ante este problema.
¿Cómo podemos llevar nuestros productos de la tienda a casa? En nuestro carrito de la compra, mochila, bolsas de tela, hueveras, fiambreras… o reutilizando bolsas desechables.
¿Dónde podemos informarnos más sobre este tema?
Podeis acercaros a cualquier organización de Zentzuz Kontsumitu con total confianza.