1 de octubre de 2018. Acabamos de vivir una semana en la que 3 mujeres y 2 niñas han sido asesinadas. Y esto es sólo la violencia visible, imaginemos un momento cuántas mujeres y niñas esa misma semana eran víctimas de violencias, cuántas los son ahora mismo mientras lees este texto.
Escuchamos estadísticas, 1 de cada 3 mujeres ha sufrido violencia por parte de su pareja o abuso sexual en la Unión Europea, si hablamos de violencia psicológica la cifra asciende a un 43% de las mujeres, y como siempre estas son las violencias de las que se hablan y forman parte de las estadísticas. Fuera quedan otras violencias, la violencia económica ejercida por las empresas transnacionales, la lesbofobia, la violencia institucional…
Nos llegan estas noticias y nos movemos entre la indignación de “otra más” y la incredulidad hacia el hecho de que estas violencias son parte del sistema en que vivimos. Estas violencias son necesarias para el mantenimiento del sistema patriarcal y machista donde los hombres gozan de privilegios y las mujeres tienen un déficit de derechos: las cuidadoras gratuitas, las amas de casa sin libre elección, las que cobran menos que sus compañeros, las que pasean por la calle y son objeto de comentarios sobre su cuerpo, Hemos de entender como sociedad que las violencias son un hecho estructural sobre el que debemos posicionarnos sin dobles discursos, sin dudas… Hay iniciativas sociales recientes como el “Yo sí te creo” que llenaron las calles de indignación ante un fallo judicial, pero hay que mantener esa indignación y ese activismo a diario en nuestro entorno cercano, y en las actividades de nuestros pueblos y ciudades.
Debemos también posicionarnos con las mujeres que han sido víctimas sin dudar, escuchando sus relatos y demandas. La incredulidad y falta de empatía social a sus relatos y demandas hace que se siga ahondando en la culpabilidad que muchas de ellas experimentan y que las impide transitar hacia la reconstrucción de sus vidas. La sociedad debe hacer un ejercicio para acercarse, conocer y reconocer como “una de las nuestras” a esas voces, y acompañarlas en el proceso de exigir justicia.
Escuchar cómo estas mujeres han enfrentado las violencias y avanzar en la percepción de que son mujeres con recursos propios, sujetas de derechos y no víctimas pasivas, que tienen demandas concretas y voz propia. Dar credibilidad a sus historias, empatizar con ellas y reconocer su voz dentro de nuestra historia social reciente, de nuestra memoria colectiva, no es algo que les pase a “algunas” a las “otras” sino que nos pasa a todas las mujeres y por ello a toda la sociedad.
Recoger y difundir los relatos de las mujeres que han sido víctimas es un trabajo de memoria que lanza hacia el futuro un mensaje: que nunca más vuelva a suceder. La memoria puede contribuir a la transformación de la subjetividad y el cambio social.