Resulta sin duda hipócrita defender hace poco más de un año la libertad de expresión tras el atentado contra Charlie Hebdo y acusar ahora a unos titiriteros de hacer apología del terrorismo en una obra de ficción. Pero, aún mas que la gente que ve enaltecimiento del terrorismo donde no lo hay, me preocupa la que no se escandaliza ni rebela cada día frente a situaciones reales –no de ficción–, que constituyen lo que podríamos denominar apología del machismo.
El machismo está conformado por una serie de actitudes y conductas sustentadas por el sistema patriarcal que, además de injustas, resultan altamente peligrosas para las mujeres. El machismo puede llegar a matar pero, aun sin llegar a ese límite, tiene consecuencias muy graves y negativas para la vida de las mujeres, desde niñas hasta ancianas, en todos los países del mundo y en todos los estratos sociales. Es un problema que afecta a 3.600 millones de mujeres y que no es prioridad para ningún gobierno. Se trata de prejuicios, actitudes, comportamientos, costumbres y hasta leyes que pretenden normalizar los privilegios de los hombres y consentir que éstos ejerzan control, sometimiento y dominación sobre los cuerpos y las vidas de las mujeres. Prácticas machistas que generan terror, miedo, coacción, que –en el mejor de los casos- condicionan nuestras decisiones y limitan nuestras oportunidades.
A excepción del movimiento feminista, pocos colectivos y aun menos instituciones y partidos políticos plantean priorizar la erradicación de este horror tratándolo como un problema de estado. Nuestra cotidianeidad como mujeres está repleta de constantes expresiones de violencia machista. Sin embargo, tan solo llega su condena cuando esta cadena de violencias vividas, sutiles al inicio, desemboca en el asesinato de una mujer. Sin olvidar los importantes avances logrados en los últimos tiempos, no se brinda aún un marco jurídico, recursos y presupuesto suficientes y adecuados para hacer frente a las violencias machistas. Ni siquiera ante sus expresiones más visibles (violencia física y asesinato) se ofrece a las mujeres que la enfrentan un camino seguro y accesible para salir de ella. Para una sobreviviente de violencia machista no resulta sencillo testificar contra su maltratador cuando su propia autoestima está por los suelos, depende económicamente de su agresor, o incluso teme por su propia vida y la de sus hijos e hijas si sigue adelante con el proceso. Si a esto sumamos las carencias del sistema y la mentalidad machista que permea toda la sociedad, entendemos por qué no resulta fácil salir de esa espiral de violencia. Otras muchas mujeres retiran la denuncia y no testifican con la esperanza de que su agresor cambie pero, muy al contrario, la violencia se cronifica. Miles de mujeres la sufren a diario y cerca de cien terminan engrosando anualmente la lista de víctimas mortales por violencia machista en el estado español.
Las mujeres ganan de media un 24% menos que los hombres , la mayoría de los trabajos precarios están ocupados por mujeres y, sin embargo, ningún sindicato convoca una huelga general para eliminar esta desigualdad; no se condena a estados o empresas que mantienen relaciones cordiales y lucrativos acuerdos económicos con estados (Emiratos Árabes Unidos, entre otros) donde las mujeres no pueden votar, o con países como China o India donde millones de bebés son asesinadas o abandonadas al nacer por el solo hecho de ser mujeres; no se multa ni se prohíbe a una marca comercial volver a anunciarse durante un determinado periodo de tiempo por hacer publicidad sexista; no se hace participar a un joven en un proceso de reeducación para aprender nuevas formas de relación equitativas entre mujeres y hombres, por haber tocado el culo a una chica en unas fiestas; no se boicotea un medio de comunicación por hacer un uso sexista del lenguaje o de las imágenes; no nos cuestionamos qué valores hemos transmitido a un adolescente cuando controla obsesivamente a su novia; no hay una movilización estudiantil para exigir al profesorado y a las editoriales que visibilicen a las mujeres en la historia.
Y si alguien propusiera estas medidas pensaríamos que se están sacando las cosas de quicio, que es exagerado, desproporcionado, absurdo. Sin embargo, este tipo de situaciones que como sociedad parecemos dispuestas a tolerar, son la base sobre la que se sustenta la idea de que el hombre está por encima de la mujer; que puede utilizarla porque le pertenece; que una mujer no vale lo mismo que un hombre; que no está destinada a hacer cosas importantes; que las tareas del hogar y los cuidados son “cosa de mujeres” y son tareas desvalorizadas socialmente; que controlar a una mujer 24 horas al día es una prueba de amor; que algo habrá hecho ella para merecer lo que le ha ocurrido, etc. Estas conductas y pensamientos machistas, interiorizados por hombres y mujeres, llevan a algunos sujetos a sentirse legitimados para ejercer sobre las mujeres todo tipo de violencia psicológica, económica, sexual o física hasta que llega el día en que “la maté porque era mía”. En lo que va de año son al menos 16 las mujeres asesinadas, una cada cuatro días.
El movimiento feminista lleva décadas denunciando esta realidad y apuntando al patriarcado como origen de las violencias machistas. Solo conseguiremos acabar con este mal si atacamos las causas estructurales del mismo y lo rechazamos desde todos los ámbitos y en todas sus manifestaciones, entendiéndolo como una cuestión de interés público. Desde la prevención, la educación, la pro-actividad en la denuncia de hechos machistas, desde la sociedad y desde el estado. Este último tiene la responsabilidad de llevar adelante una apuesta real y presupuestada para la erradicación del machismo incorporando las medidas pertinentes en las instituciones sanitarias, educativas, judiciales y policiales. Como sociedad también debemos implicarnos activamente para generar un cambio profundo desde una actitud persistente de intolerancia y rechazo hacia toda forma de machismo y desde la exigencia a las instituciones para que incorporen su erradicación como prioridad en sus agendas. Como quiera que se conforme el próximo gobierno, seguiremos exigiéndole y recordándole su obligación de acabar con las violencias machistas.
Fatima Amezkua, miembro de Mugarik Gabe
24 de febrero de 2016