Lucía lleva ya 8 años cuidando de Antón en Azkoitia. Empezó de interna durante los tres primeros años que le exigían antes de poder empezar a legalizar sus papeles. “El comienzo fue muy duro, los días pasaban casi sin saber cuándo era fin de semana”. Asegura que el cuidado de Antón es mejor, “después de organizarme en una red de mujeres trabajadoras de hogar tengo mucho más claro cuáles son mis derechos, aunque el trabajo sigue siendo duro y poco reconocido socialmente”. Lucía en Bogotá trabajaba como dentista. “Allí dejé a mi hija de 4 años y mi hijo de 12 a cargo de mi hermana pequeña. Hablo con ellas todos los días, les echo de menos”, señala.
Por su parte, Aintzane esta mañana ha tenido visita, ya que su hija ha traído a casa a Lur, su nieta de 4 años. “Con la COVID-19 ha sido difícil poder apoyarla. El teletrabajo es una locura para ella, y habiendo decidido formar una familia monomarental, conciliar cuidados y empleo ha sido imposible”, recuerda. “Aunque mi pensión después de muchos años de trabajo de limpieza por horas no llega casi al mínimo, toca apoyarla porque con su contrato parcial y la crisis que viene…”. Aintzane echa de menos el encuentro de todos los lunes con el movimiento de pensionistas de Bilbao para seguir exigiendo una vida digna para ellas y para el futuro de las siguientes generaciones. “Al menos, la COVID-19 me ha vuelto a conectar con mi vecindario, con la organización de la red de cuidados y el huerto urbano”.
La comida puesta, el huerto regado y la cabra ordeñada. Son las ocho de la mañana e Itzel ya está de camino al mercado de Cobán (Guatemala), con la pequeña en su espalda y preparada para vender sus verduras. Después de más de tres meses con los mercados cerrados por el confinamiento, la situación familiar se ha puesto más difícil de lo que ya estaba. “El ingreso de mi esposo por su trabajo en las fincas de café no es suficiente”. Mañana no pueden faltar a la asamblea del Consejo del pueblo Tezulutlan, “han sido muchos años de trabajo conjunto, pero en los últimos tiempos la llegada de la represa ha destapado los intereses de muchos por nuestro territorio y por el control del agua. No hacen caso a nuestras demandas y nuestro derecho de consulta y quieren desplazarnos. No se lo vamos a poner fácil”.
Lucia, Aintzane e Itzel son mujeres diversas que afrontan sus vidas en contextos muy diferentes, donde las situaciones políticas, económicas y sociales tienen impactos desiguales. Como bien sabemos, donde naces, a día de hoy puede ser un gran privilegio. Aun así, todas ellas comparten un reparto injusto de los cuidados y cuentan con una capacidad de organización en espacios comunitarios. Estos lugares comunes, junto con muchas más de sus vivencias y saberes, han fomentado su análisis crítico de la realidad. Una realidad que organiza el mundo reproduciendo desigualdades e injusticias, que vulnera sistemáticamente los derechos de las mujeres por el hecho de serlo, y que utiliza a las personas y la naturaleza para el enriquecimiento de unos pocos.
Sus historias de vida son locales, pero tienen conexiones globales, como llevamos años demostrando desde la solidaridad. Por ello, no solo nos acercamos a otros contextos, sino que denunciamos las causas estructurales de esas injusticias, acompañamos procesos en muchos lugares del mundo ,y proponemos alternativas que contribuyan a colocar la vida en el centro.El feminismo y la sororidad nos plantean propuestas de cambio globales, especialmente contra las injusticias adicionales que sufrimos las mujeres. Para ello, el fortalecimiento de las redes y organizaciones sociales son otra de las herramientas imprescindibles contra la injusticia social.
El contexto de la COVID-19 ha venido a precipitar una situación que se sostenía sobre la desigualdad, y que reproducía un modelo depredador de las personas y la naturaleza. Si en la salida de esta crisis sistémica recortamos en solidaridad, las vidas de todas las Lucía, Aintzane e Itzel, y de todas las personas en situaciones similares, quedará apartada de la solución. La solidaridad desde el feminismo tiene que ser la respuesta a una crisis como la que estamos viviendo. Una crisis global de la que no podremos salir aisladamente. Por ello, es fundamental poner la vida de las personas en el centro para buscar salidas efectivas y justas.
No revindicamos una vuelta a la normalidad. No podemos permitir que esta situación de pandemia que vivimos nos haga añorar una realidad injusta. Busquemos una sociedad más justa, más igualitaria y más solidaria. Una nueva realidad en la que todas las personas se sitúen en el centro y donde las medidas políticas, económicas y sociales que se tomen vayan encaminadas a mejorar sus vidas, nuestras vidas… Todas las vidas.