Me desperté helada aquella mañana. Estaba consumiendo Violencia hacia las mujeres. No se trataba de una nueva droga, ni de un nuevo analgésico, sino de una forma de consumo a la que no le había prestado atención hasta entonces y que afectaba directamente a la vida de otras mujeres.
Recapitulo. Soy una mujer del siglo XXI que por nada del mundo renunciaría a mi espacio laboral, mi espacio público. Comprendo la lucha que han realizado miles de mujeres para que yo tenga la oportunidad de trabajar, de ser autosuficiente e independiente. No tengo pareja, ni me interesa tenerla, ahora disfruto de relaciones abiertas. Me considero una mujer libre, moderna y por supuesto, feminista.
Todo cambió cuando mi madre enfermó. Llevaba años con Parkinson pero últimamente había empeorado. Necesitaba atención las 24 horas; mis hermanos trabajan y yo también así que buscamos una solución e incluimos en la familia a Rosalba, una mujer nigeriana que viviría como interina en su casa.
Un día encontré a mi ama con lágrimas en los ojos, entristecida, como absorta en sus propios pensamientos. ¿Qué te pasa?, le pregunté. Me contó que estaba recordando parte de su infancia, cuando sirvió en casa de unos señores ricos de Armentia al migrar de su pueblo a Vitoria-Gasteiz. Nunca entraba en detalles de aquella época pero estaba claro que no la recordaba con especial ilusión. Ella siempre nos impulsó para que consiguiéramos nuestros sueños ya que ella no había podido cumplir los suyos; su vida había estado dedicada a servir y cuidar de los demás. En ese momento, Rosalba pasó por nuestro lado mientras hablábamos y mi ama calló. Se emocionó y me pidió que le dejara. Me quedé triste, pensativa.
Mientras caminaba por la calle me asaltó la culpabilidad: ¿Necesitaría de mí?, ¿De mi cuidado? Estoy siendo egoísta por no dedicarle más tiempo; incluso podría reducir mi jornada de trabajo para poder acompañarla… Es mi madre, ella nos dio la vida y yo… ¿qué hago por ella?…
Inmediatamente contrarresté estos pensamientos con otros argumentos: ¡Yo no quiero dejar de trabajar, que lo hagan mis hermanos!. No cobro mucho, no puedo reducirme horas…¿cómo me mantendría?. Siempre que hablamos de esto, ellos insisten en que con lo poco que cobro no me merece la pena trabajar; es mejor que cuide a la ama… Rosalba, menos mal que está ahí. Si ella no cuidara, me tocaría a mí. Seguro. Pensé en esto durante unos minutos y empecé a sentir a Rosalba más cercana, también de mi madre, que fue trabajadora de hogar. Pero Rosalba viene de lejos, muy lejos.
Entré a tomar un café en el bar de debajo de mi casa. Un titular en el periódico me alarmó, Detenidos los integrantes de una red de trata de personas en Vitoria-Gasteiz. Imposible en Gasteiz, ¡con lo tranquila y segura que es esta ciudad….! Continué leyendo: Mujeres nigerianas sin papeles son obligadas a prostituirse en Portal de Gamarra para pagar las deudas contraídas con las mafias que retienen sus papeles, les intimidan y golpean. Las encierran durante el día y las controlan mientras son obligadas a prostituirse. Cuando saldan sus deudas las dejan en la calle a merced de la incertidumbre. El artículo explicaba que existen asociaciones en la ciudad que intentan dar una salida a estas mujeres. Huyen de la pobreza extrema de sus países de origen, de conflictos bélicos que ponen a las mujeres en el centro de todas sus violencias, explicaba el responsable de una de estas organizaciones.
Una punzada me hizo conexionar realidades. Rosalba es nigeriana, no tiene papeles porque lleva menos de 3 años en el país; nunca nos pidió nada, solo alojamiento, comida y un sueldo simbólico. No le gusta salir de la casa, se siente intimidada, como si no tuviera legitimidad para ser ciudadana. Corro donde mi madre y le cuento lo que he leído, lo que intuyo. Mi madre me mira y me escucha con atención. Después, responde: Hija, me he sentido muy dolida al ver que Rosalba se encuentra sola cuidándome las 24 horas al día; tus hermanos la tratan como si fuera una sirvienta, le exigen que limpie y que me cuide, me lleva al médico, se responsabiliza de mi medicación, me asea y me saca de paseo. No le habéis preguntado si quiere un contrato o si conoce sus derechos y obligaciones. Como no tiene papeles, no tiene derechos. Como no conoce sus derechos, no sabe que podría tener un contrato y como no tiene contrato, jamás conseguirá los papeles y así, nunca podrá salir de este círculo esclavo de cuidados» Mi ama continúa: «Y yo estoy en el centro de esto. Yo, que he sido trabajadora del hogar, que he sentido en mis propias carnes la insensibilidad e invisibilidad de este trabajo. Ahora yo soy el motivo de que otra mujer sea explotada por ser pobre y no tener acceso a derechos. Estoy triste. Sé que no os puedo pedir que me cuidéis vosotrxs, que renunciéis a vuestros sueños por cuidarme. Por eso callo y lloro.
Estaba en shock; me puse a investigar en internet, a revisar artículos de opinión; empezaba a entender qué esta pasando y descubrí estas palabras: Cadena Global de Cuidados (CGC). Las mujeres estábamos siendo coparticipes de ejercer microviolencias (abuso de poder) entre nosotras a través de los cuidados, a través del rol reproductivo que el sistema patriarcal nos otorga. Afortunada yo porque, al ser blanca y con D.N.I. español, accedo a un status que otras mujeres, por el hecho de ser de otras nacionalidades y pobres, nunca podrán conseguir. Ahora no puedo quitarme esta idea de la cabeza: mujeres subordinando a otras mujeres para que cumplan el mandato patriarcal del “Cuidado” que nos han impuesto.
Durante varios días estos pensamientos ocuparon todo mi tiempo y fui consciente de que mis derechos estaban basados en la eliminación de los de otra mujer. Sí, era cierto. Rompí con la culpa y vi la oportunidad de luchar desde la sororidad (solidaridad entre mujeres) contra el patriarcado. Porque él es el único responsable de las múltiples subordinaciones y violencias que sufrimos todas las mujeres del mundo.
Recordé la realidad de Rosalba víctima de múltiples violencias; violencia económica y laboral, porque no cobraba lo que se merecía y carecía de derechos laborales al no disponer de un contrato de trabajo; violencia de clase, por estar sometida a un régimen de servidumbre; violencia psicológica, porque sufría el menosprecio por su trabajo y por ser mujer migrada; violencia social, porque los regímenes de interina generan aislamiento social; violencia simbólica, por los mensajes y valores que se transmiten y reproducen en las relaciones entre persona empleadora y empleada; violencia sexual, por haber sido obligada a practicar la prostitución.
Rosalba sufría la violencia xenófoba, capitalista y heteropatriarcal. Ella era víctima de la miseria provocada por políticas económicas y globales que generan desigualdad y llevan a miles de mujeres a la extrema pobreza. Víctima de violencia de género en sus múltiples expresiones; víctima por ser sometida a trata de personas para salir de Nigeria….
Autora: Estíbaliz Gómez de Segura Olalde